5/1/10

El baile

G. Cavagna

[No puedo resistirme a la tentación ;-) de transcribir este edificante capítulo del libro Hacia dios y con dios. Reflexiones para las jóvenes católicas, precisamente de la parte III La santa batalla, escrito por el presbítero Giuseppe Cavagna y traducido al español por el padre carmelita Pablo María Casadevall, publicado por Luis Gili Editor en 1943. Cosas que compro en las tiendas de segunda mano y que leo en el cuarto de baño.]


He aquí a otro enemigo: el baile. Enemigo terrible, porque se presenta bajo una forma especial de seducción, con una infinita serie de pretextos.
Te haría una ofensa si pensara que bailas; lo que vas a leer sírvate para vencer la tentación de bailar, si acaso te asaltara. Los bailes, especialmente los modernos, son la ruina total de una muchacha, ruina del alma y del cuerpo. ¿Exagero? No. Oye. “El baile, escribe Selgas, es un viaje rapidísimo en torno a infinitos peligros para la inocencia, para el pudor, para la honestidad”. Graves palabras, pero por desgracia muy verdaderas.
¿En dónde se desenvuelven los bailes? En ambientes mundanos, negación del espíritu cristiano; en lugares en donde triunfa el hedonismo, es decir, la moral del placer.
¿Quién toma parte en los bailes? Los sujetos más equívocos y casquivanos de la sociedad: jóvenes libertinos y manirrotos, sin honestidad y sin ideales; mujeres sin pudor, faltas de todo sentido de nobleza.
Piensa en cómo se hallará en semejante compañía una muchacha, cómo podrá resistir la vorágine de la sensualidad.
Mira a tu alrededor. Las aficionadas al baile que conoces, ¿son acaso las mejores hijas en casa, en la oficina, en la sociedad? Los mayores escándalos acontecen entre estas pobres criaturas, asiduas a los bailes, trastornadas por la loca pasión de la danza. Las salas de baile son los cementerios de la honestidad y de la inocencia; salones de pecados.
“Los bailes y danzas atraen ordinariamente todos los pecados y vicios que reinan en aquellos lugares.” Así hablaba san Francisco de Sales de los bailes del siglo XVII.

Dime, hija mía, si tienes un poco de fe, ¿cómo podrás exponerte a tan graves peligros? El baile es una tempestad que destruye todas las flores del alma, las virtudes.
“¿Ignoras, dice san Roberto Belarmino, ignoras los peligros del baile? ¿Ignoras que muchas fueron al baile vírgenes y volvieron pecadoras?”
¿Sabes tú cuál es el insulto más atroz que se pueda lanzar contra una muchacha? “Eres una bailarina.”
Las bailarinas, pobres criaturas, están destinadas a ser los trapos de la humanidad, semejantes a las rosas que se deshojan rápidamente y acaban en el basurero.
Los bailes son la ruina del cuerpo sano, por el cansancio que importan, por el ambiente y la hora en que se desenvuelven.
Es cansado bailar. ¡Pobre corazón, a qué fatiga se le somete en los vortiginosos movimientos de la danza, y qué desgaste del sistema nervioso con la sucesión de tantas voluptuosas sensaciones!
¡Y qué ambiente más corrompido! En el polvo que se levanta en las salas de baile anidan los gérmenes de todas las enfermedades y se respiran con oleadas de acres perfumes.
Y de las caldeadas salas de baile se vuelve a casa temblando con el frío de las noches invernales. ¡Cuántos resfriados, cuántas toses obstinadas que degeneran en tisis!
Sí, en tisis. Muchas veces, por desgracia, esta enfermedad es ocasionada por la loca voluptuosidad de la danza.
¡Qué terrible es morir de tisis, después de una progresiva consunción del organismo! El pensamiento se aparta asustado. Pero mucho más terrible es la tisis moral causada por el baile; poco a poco el baile despoja al alma de toda virtud, de toda nobleza, de todo ideal. Terrible mutilación que lleva a irreparable ruina.
Hija mía, por tu alma, por tu salud, por tu porvenir, huye del baile.

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