—¡As Molucas son famosas! Y hay moito señorío chinés no comercio y as nativas sempre están saíndo do baño e pedíndolle ós arábigos que as sequen.
Sinbad saca mapa e Sari téndeo no chan, e coa conteira do seu bastón di ó piloto por onde caen as Molucas, y agáchase Arfe o Mozo e mesmo donde está a Moluca Maior atopa un cabelo longo e dourado y amósallo a Simbad.
—¿Seica é roxiña de pelo?
Sinbad ponse colorado, pecha os ollos y acena tres ou catro veces coa cabeza. Pousa o bastón, e con ámbalas mans colle o cabelo que lle ofrece Arfe o Mozo, roza a meixela nel, salaia, envolve a freba de ouro nun dedo figurando un anelo, bica alí e conta:
—¡Ai, Venadita, Venadita! ¡Pois como nunca cheguei en todo iste tempo repasando mares a onde cae a Moluca Maior, non puiden decatarme de que ela me deixara esta memoria de seda! Unha serea do mar chamada Venadita, meu amigo. Sentábase ó meu carón e quería que lle ensiñese por mapa por donde me vería vir. ¡Mira que si llega a vir darme serenata dende o Iadid! Pequeniña, non había outra, e toda vestidiña do seu cabelo dourado, e sentábase na area da praia —eso sí, mantendo algo de rabo no mar; as sereas poden estar en terra firme a condición de manter un chisco da súa parte de peixe tocando auga…—, sentábase, digo, e todo era proubar a miña roupa, a miña pamela, a miña capa de damasco, a miña chilaba de liño albar, o meu camisolo de verán… Todo lle andaba sobrado, craro é, que foi o encontro por cando eu andaba nas duascentas libras nosas, que me pesei pra ver canto poidera coas patas súas a Ave Roc. Pro a neniña gozaba con isto e non sabía ser engañadora, e cando se poñía a cantar, coa cabeciña apousada nos meus xoenllos y aloumiñándome os pés e varrendo deles as areas co seu soave pelo, de repente paraba e decíame:
—¡Ai, Sinbad, non creas nada, hom!
—Y a preciosa estábame falando dunha illa que hai embaixo das augas donde o que chega, e por mentras esteña alí, ten que escoller unha figura de paxaro ou de ave maior, y eu podería andar de pavo real, y en todo é un o paxaro ou ave que escolle, e dáselle compañeira na familia y a cociña según o pedido natural, e cando te canses e volvas á tona do mar, podes traer unha saqueta de pedras preciosas… A miña serea Venadita ás vegadas botábase a chorar, que decía que non sabía inventar nada máis que iso e que xa tiñan dito as outras que como non sacase outra gracia de países ou de canto que non gañaría pra un peite de ouro. ¿El que é unha serea sin peite de ouro? E foi habendo entre nós máis intimidá, e muito agarimo, y entre as penas da Moluca Maior estabamos agachadiños á tardiña e pasámonos a bicos y outras gracias, y ela sempre probando a roupa miña e cada día tiña que levar eu prendas novas do millor, y hastra quiso probar as miñas bragas, que cabían tres coma ela en cada perneira, e meteunas na cachola pola petrina, que entón levábanse bragas de mexa pronta, que non sei por que pasou esa moda…
—¡Era unha grande comodidá! —dice Mansur— Eu inda gasto algunha.
—Pois iba decindo que probou as bragas, e coma polo calor das Molucas, eu andaba en cos e a camiseta era un medio xubón con vainica, quedei coa barriga ó aér, e foi cando Venadita se decatou de que eu tiña embrigo. ¡Moito se riu! ¡Tódolos días tiña que deixarlle miralo, e metía nil un dediño, y hastra unha vez se porpasou a darme un bico alí, e cando nos despedimos, que veu diante da miña nao, asubiando pra ensiñarme unha corrente que vai tres coartas por debaixo da frol, y eu metera nos camarotes a toda a tripulación porque nona visen á señora Venadita, berrábame dende o mar que moito iba a botar en falta os xogos có meu embriguiño…
—Regaleille un peite de ouro, e xa sabes como son as mulleres: Porque visen as outras que xa sabía gañarse a vida, quixo quedarse unha tempada naquelas praias. ¡Que non sei qué chiste lle terá a doña Venadita afogar molucos!
Desenvolveu Sinbad o cabelo dourado e pousouno onde aparecera, na Moluca Maior.
—¡Aínda que non houbera cravo nas Molucas, Arfe amigo! ¡Tódolos corazóns teñen a súa gacela!
La sirena Venadita
—¡Las Molucas son famosas! Y hay mucho señorío chino en el comercio y las nativas siempre están saliendo del baño y pidiéndole a los árabes que las sequen.
Simbad saca mapa y Sari lo extiende en el suelo, y con la contera de su bastón le dice al piloto por donde caen las Molucas, y se inclina Arfe el Joven y justo donde está la Moluca Mayor encuentra un cabello largo y dorado y se lo enseña a Simbad.
—¿Acaso es rubita de pelo?
Simbad se pone colorado, cierra los ojos y asiente tres o cuatro veces con la cabeza. Deja el bastón, y con ambas manos coge el cabello que le ofrece Arfe el Joven, roza la mejilla con él, suspira, envuelve la hebra de oro en un dedo figurando un anillo, besa allí y cuenta:
—¡Ay, Venadita, Venadita! ¡Pues como nunca llegué en todo este tiempo repasando mares a donde cae la Moluca Mayor, no pude darme cuenta de que ella me había dejado este recuerdo de seda! Una sirena del mar llamada Venadita, amigo mío. Se sentaba a mi lado y quería que le enseñase por mapa por donde vendría a verme. ¡Mira que si llega a venir a darme serenata desde el Yadid! Pequeñita, ninguna como ella, y toda vestidita de su cabello dorado, y se sentaba en la arena de la playa —eso sí, manteniendo algo de cola en el mar; las sirenas pueden estar en tierra firme a condición de mantener una pizca de su parte de pez tocando agua…—, se sentaba, digo, y todo era probar mi ropa, mi pamela, mi capa de damasco, mi chilaba de lino albar, mi camisola de verano... Todo le iba sobrado, claro es, que fue el encuentro por cuando yo andaba en las doscientas libras nuestras, que me pesé para ver cuanto podría con sus patas el Ave Roc. Pero la niña disfrutaba con esto y no sabía ser engañadora, y cuando se ponía a cantar, con la cabecita apoyada en mis rodillas y acariciándome los pies y barriendo de ellos las arenas con su suave pelo, de repente se paraba y me decía:
—¡Ay, Simbad, no creas nada, hombre!
—Y la preciosa estaba hablándome de una isla que hay debajo de las aguas, donde el que llega, y mientras esté allí, tiene que escoger una figura de pájaro o de ave mayor, y yo podría andar de pavo real, y en todo es uno el pájaro o ave que escoge, y se le da compañera en la familia y la cocina según el pedido natural, y cuando te canses y vuelvas a la superficie del mar, puedes traer un saquito de piedras preciosas… Mi sirena Venadita a veces se echaba a llorar, que decía que no sabía inventar nada más que eso y que ya le habían dicho las otras que como no sacara otra gracia de países o de canto que no ganaría para un peine de oro. ¿Y qué es una sirena sin peine de oro? Y fue habiendo entre nosotros más intimidad, y mucho cariño, y entre las peñas de la Moluca Mayor estábamos escondidos al atardecer y nos pasamos a besos y otras gracias, y ella siempre probando la ropa mía y cada día tenía que llevar yo prendas nuevas de lo mejor, y hasta quiso probar mis calzones, que cabían tres como ella en cada pernera, y se los puso en la cabeza por la bragueta, que entonces se llevaban calzones de orina pronta, que no sé por qué pasó esa moda…
—¡Era una gran comodidad! —dice Mansur— Yo todavía uso alguno.
—Pues iba diciendo que probó los calzones, y como por el calor de las Molucas, yo andaba en camisa y la camiseta era un medio jubón con vainica, quedé con la barriga al aire, y fue cuando Venadita se percató de que yo tenía ombligo. ¡Mucho se rio! Todos los días tenía que dejarle mirarlo, y metía en él un dedito, e incluso una vez se propasó a darme un beso allí, y cuando nos despedimos, que vino delante de mi nao, silbando para enseñarme una corriente que va tres cuartas por debajo de la flor, y yo había metido en los camarotes a toda la tripulación por que no la viesen a la señora Venadita, me gritaba desde el mar que mucho iba a echar en falta los juegos con mi ombliguito…
—Le regalé un peine de oro, y ya sabes como son las mujeres: Para que vieran las otras que ya sabía ganarse la vida, quiso quedarse una temporada en aquellas playas. ¡Que no sé qué chiste le haría a doña Venadita ahogar molucos!
Desenrolló Simbad el cabello dorado y lo depositó donde había aparecido, en la Moluca Mayor.
—¡Aunque no hubiera clavo en las Molucas, Arfe amigo! ¡Todos los corazones tienen su gacela!
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Fragmento de Si o vello Sinbad volvese ás illas… de Álvaro Cunqueiro (Editorial Galaxia)
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