20/6/09

Fábula y rueda de los tres amigos

Federico García Lorca


"Señoras y señores. Siempre que hablo ante mucha gente me parece que me he equivocado de puerta.
Unas manos amigas me han empujado y me encuentro aquí. La mitad de la gente va perdida entre telones pintados y fuentes de hojalata, y cuando creen encontrar su cuarto, o círculo tibio de sol, se encuentran con un caimán que se los traga o… con el público, como yo en este momento. Y hoy no tengo más espectáculo que una poesía amarga, pero viva, que creo podrá abrir sus ojos.
(…)

De todos modos hay que ser claro. Yo no vengo hoy a entretener a ustedes. Ni quiero ni me importa ni me da la gana. Más bien he venido a hablar a ustedes cuerpo a cuerpo. Lo que yo voy a hacer no es una conferencia, es una lectura de poesías, carne mía, alegría mía y testimonio mío. (…)

La impresión de que aquel inmenso mundo [Nueva York] no tiene raíz os capta a los pocos días de llegar y comprendéis de manera perfecta como el vidente Edgar Allan Poe tuvo que abrazarse a lo misterioso y al hervor cordial de la embriaguez en aquel mundo.
Yo, solo y errante, evocaba mi infancia de esta manera."

[Las líneas anteriores pertenecen a la introducción a la lectura pública comentada de Poeta en Nueva York por Lorca el 16 de diciembre de 1932 en el hotel Ritz de Barcelona. Lo siguiente, Fábula y rueda de los tres amigos, es el tercer poema del libro.
La tierra no recordará nunca los nombres de todos sus cadáveres.]


Enrique,
Emilio,
Lorenzo.
.
Estaban los tres helados:
Enrique por el mundo de las camas;
Emilio por el mundo de los ojos y las heridas de las manos;
Lorenzo por el mundo de las universidades sin tejados.
.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
.
Estaban los tres quemados:
Lorenzo por el mundo de las hojas y las bolas de billar;
Emilio por el mundo de la sangre y los alfileres blancos;
Enrique por el mundo de los muertos y los periódicos abandonados.
.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Estaban los tres enterrados.
Lorenzo en un seno de Flora;
Emilio en la yerta ginebra que se olvida en un vaso;
Enrique en la hormiga, en el mar y en los ojos vacíos de los pájaros.
.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Fueron los tres en mis manos
tres montañas chinas,
tres sombras de caballo,
tres paisajes de nieve y una cabaña de azucenas
por los palomares donde la luna se pone plana bajo el gallo.
.
Uno
.
y uno
y uno.
Estaban los tres momificados,
con las moscas del invierno,
con los tinteros que orina el perro y desprecia el vilano,
con la brisa que hiela el corazón de todas las madres,
por los blancos derribos de Júpiter donde meriendan muerte los borrachos.
.
Tres
.
y dos
y uno.
Los vi perderse llorando y cantando
por un huevo de gallina,
por la noche que enseñaba su esqueleto de tabaco,
por mi dolor lleno de rostros y punzantes esquirlas de luna,
por mi alegría de ruedas dentadas y látigos,
por mi pecho turbado por las palomas,
por mi muerte desierta con un solo paseante equivocado.
.
Yo había matado la quinta luna
y bebían agua por las fuentes los abanicos y los aplausos.
Tibia leche encerrada de las recién paridas
agitaba las rosas con un largo dolor blanco.
.
Enrique,
Emilio,
Lorenzo.
Diana es dura,
pero a veces tiene los pechos nublados.
Puede la piedra blanca latir en la sangre del ciervo
y el ciervo puede soñar por los ojos de un caballo.
.
Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.
.

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